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Y si muchas veces pinto grutas es por que ellas son mi zambullida en la tierra, oscuras pero aureoladas de claridad, y yo sangre de la naturaleza; grutas extravagantes y peligrosas, talismán de la tierra, donde se unen estalactitas, fósiles y piedras, y donde los animales que aman su propia naturaleza maléfica buscan refugio. Las grutas son mi infierno. Gruta siempre soñadora con sus tinieblas, ¿recuerdo o nostalgia? Asombrosa, espantosa, esotérica, verde por el limo del tiempo. Dentro de la caverna oscura centellean colgados esos ratones con alas en forma de cruz, los murciélagos. Veo arañas peludas y negras. Ratones y ratas corren asustados por el suelo y por las paredes. entre las piedras el escorpión. Cangrejos, iguales a sí mismos desde la prehistoria, a través de muertes y nacimientos, que parecerían bestias amenazadoras si fuesen del tamaño de un hombre. Cucarachas viejas se arrastran en la penumbra. Y todo eso soy yo. Todo está cargado de sueño cuando pinto una gruta o te escribo sobre ella; de fuera viene el tropel de decenas de caballos sueltos golpeando con sus cascos secos las tinieblas, y de la fricción de los cascos el júbilo se liberta en chispas; aquí estamos, la gruta y yo, en el tiempo que nos pudrirá.

Quiero poner en palabras pero sin descripción la existencia de la gruta que pinté hace algún tiempo, y no se como. Sólo repitiendo su dulce horror, caverna del terror y de las maravillas, lugar de las almas en pena, invierno e infierno, sustrato imprevisible del mal que está dentro de una tierra que no es fértil. Llamo a la gruta por su nombre y ella pasa a vivir con su miasma. Tengo miedo entonces de mí, que se pintar el horror, yo, bicho de cavernas resonantes que soy, y me ahogo por que soy palabra y también su eco.

 

Clarice Lispector

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